Los veranos del 7

13 octubre, 2017

ECONOMÍA – Artículo publicado en La Vanguardia a 11 de Agosto de 2017.


En Julio de 1997 estalló la crisis financiera del Sudeste Asiático, inicialmente en Tailandia pero rápidamente extendida por Indonesia, Filipinas, Malasia o Corea del Sur, dando lugar a las mediáticas comparaciones con un tsunami por la velocidad y gravedad de sus efectos. En los primeros días de agosto de 2007 trascendieron los problemas asociados a las hasta entonces desconocidas hipotecas subprime, especialmente a raíz de la suspensión de varios fondos que habían invertido en titulizaciones de esos productos. Aunque en aquel momento quiso transmitirse el mensaje de que se trataba de un problema puntual rápidamente afrontado, el genio de la crisis había salido de la botella y el vendaval que estalló el año siguiente estaba ya en marcha.


Con estos precedentes, ¿podemos estar tranquilos? No del todo, como han sugerido en las últimas semanas la OCDE y el Banco de Pagos de Basilea, especialmente si nos preguntamos en qué medida hemos aprovechado -o no- las tremendas lecciones de las dos últimas décadas. Una de ellas es el papel básico de la complacencia. En 1997 los analistas occidentales se llenaron la boca de criticar el corrupto crony capitalism de algunos países asiáticos, culpando a sus ineficiencias de las fragilidades que condujeron a su crisis, e insinuando la imposibilidad de que algo similar sucediese en las maduras instituciones de las economías avanzadas. Una década después Estados Unidos y Europa Occidental se encontraban en una situación vergonzosamente similar. Escuchar recientemente algunas engreídas formulaciones acerca de cómo se ha recuperado la normalidad financiera y  que podemos estar ya tranquilos es más un motivo de preocupación que de sosiego.

Tras las crisis financieras de 1997 y 2007, ¿podemos estar tranquilos de que en este 2017 no se repitan?

Una segunda lección es el papel de los excesos financieros: fueron un factor causal, propiciado por las condiciones e intereses del entorno, tanto en la crisis de 1997 como en la de 2007-2008. Al juntarse la codicia con la infravaloración de los riesgos se disparan los créditos que unos conceden y las deudas en las que otros incurren, más allá de los parámetros razonables asociados a la economía real productiva. Es muy cierto que cuando los excesos estallan, como hace 20 y 10 años, la respuesta consiste en llevar el péndulo al extremo opuesto, cerrando el grifo del crédito para justos y pecadores y obligando/induciendo a dolorosos desendeudamientos. Pero, como tras las resacas, tarde o temprano (¿son diez años demasiado temprano?) vuelven las tentaciones: apetito por el riesgo le llaman algunos, aunque los más sensatos precisan que, como en otras épocas, la financiación de proyectos en la economía productiva vuelve a tener peor trato que otras actividades -y riesgos- más parecidos a los que condujeron  a los eventos de hace 20 y 10 veranos.

Tropezar tres veces en la misma piedra sería excesivo para la naturaleza humana, pero hay indicadores que sugieren que estamos dispuestos a batir ese récord…

 


JUAN TUGORES QUES

Docente colaborador de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).


 

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