Divisas digitales y blockchain. ¿Una plataforma alternativa?

4 julio, 2018

ECONOMÍA – Artículo publicado a 4 de Julio de 2018.


La última crisis financiera ha puesto de manifiesto la falta de cultura financiera en muchos niveles, desde las finanzas personales hasta en la gestión empresarial. Gran parte de la sociedad desconoce cómo interpretar la información económico-financiera que leen en la prensa diaria o en los distintos medios de comunicación. Desconocen porque los bancos centrales reducen tipos de interés, el impacto que ello tiene y como esto puede influenciar en una economía familiar o en las finanzas empresariales. Desconocen los distintos productos de ahorro, préstamo e inversión y como compararlos (OCDE, 2012; Klapper, Lusardi and Van Oudheusden, 2015).


Existe pues un cierto analfabetismo financiero en la sociedad. El dinero es necesario para todas las transacciones sin embargo, a menudo se desconoce cómo gestionarlo en todos los niveles.

Asimismo, una de las primeras lecciones de la última crisis es la falta de transparencia y la necesidad de medir adecuadamente los niveles de riesgo de los activos financieros para ajustarlo necesariamente al perfil de cada inversor.

Ya en el año 2016, se desarrolló la Directiva sobre Mercados de Instrumentos Financieros, conocida por sus siglas en inglés como MiFID (Markets in Financial Instruments Directive), con el fin de proporcionar una regulación única en servicios de inversión a los estados miembros del Espacio Económico Europeo. Los principales objetivos de dicha directiva era aumentar la competencia y la protección del consumidor en los servicios de inversión. Posteriormente, a raíz de la pasada crisis, se desplegó la MiFID II, implantada a principios del año 2018 y que persigue, entre otros propósitos, mejorar la transparencia y la supervisión de los mercados financieros, así como reforzar la protección del inversor puesto que se demostró que la normativa anterior no era suficiente.

Sin embargo, se mezclan distintos elementos que ponen en cuestión la confianza del sistema por parte del consumidor a pesar de desarrollar nuevas directivas. Por un lado, la crisis de la deuda soberana que se dio en algunos países puso en duda la capacidad de gestión de los gobiernos (Lins, Servaes, and Tamayo, 2017). Por otro lado, no hay que olvidar la situación de recesión global que ha persistido durante más tiempo de lo esperado a pesar de políticas monetarias extremadamente laxas. Y finalmente, las distintas crisis políticas ponen de manifiesto una elevada desconfianza hacia los gobiernos (Dotti and Magistro, 2016).

Como consecuencia ante este panorama, a pesar de luchar por la protección del cliente, la transparencia y supervisión del sistema, la solidez de las divisas fiduciarias garantizadas por los bancos centrales empieza a ser cuestionada y todo ello brinda la oportunidad al auge de las divisas digitales, como el bitcoin, ethereum, ripple o litecoin entre otras[1].

Un elemento clave en una moneda digital es principalmente poder comprobar y garantizar que su uso es único y exclusivo. Es decir, debe garantizar una sistema de confianza, similar a un intermediario, que verifique si ésta ha sido ya gastada o no. Además, este sistema debe ser invulnerable a los ataques informáticos.

Actualmente, definimos como intermediario financiero a una institución financiera que conecta a los agentes con superávit de recursos con los que tienen déficit. Los mercados financieros actuales se basan, en parte, en estos intermediarios u otras figuras para la autentificación, compensación, liquidación y registro de operaciones; sin embargo, esto tiene un coste temporal y económico.

Si enviamos un documento con firma digital a través de una plataforma electrónica, éste puede llegar a su destinatario de un país distinto en cuestión de segundos. No obstante, si tratamos de enviar dinero dentro del sistema bancario, por cuestiones de seguridad debe pasar por distintos intermediaros, y éste puede tardar días o semanas en ser transferido a otra cuenta, con un coste adicional del 10% o más si se envía a otro país.

No obstante, para las divisas digitales o criptomonedas la función intermediaria se resuelve creando una cadena de bloques, similar a un libro de contabilidad público, en el que todas las transacciones quedan anotadas y verificadas por una amplia y descentralizada red informática. Dicho protocolo es conocido con el nombre de blockchain[2]. Este protocolo en el que se basan las monedas digitales permite establecer un sistema de confianza y realizar transacciones sin la necesidad del uso de intermediarios, agilizando considerablemente las operaciones financieras digitales y reduciendo su coste económico (Walch, 2015).

Sin embargo, no hay que confundir el protocolo blockchain, que es un sistema de seguridad basado en la colaboración, la criptografía y un código inteligente, con la compra y venta o uso como medio de pago de las criptodivisas, tales como el bitcoin u otras. Cabe señalar que las criptomonedas no son en ningún caso una divisa fiduciaria controlada por un estado o nación, sino que son un medio digital de intercambio y no están respaldadas por ninguna institución privada o pública o ningún individuo (Haiss and Moser, 2017; Lewis, Mcpartland and Ranjan, 2017; Birch and Parulava, 2018).

A pesar de ello, las criptomonedas o divisas digitales se han convertido últimamente en un fenómeno mundial conocido por la mayoría de personas. Pero más allá de su vorágine, su rápida difusión y espumosa acogida, la gran mayoría de los individuos tienen un conocimiento muy limitado acerca de éstas. A menudo ni siquiera entienden los conceptos básicos y mucho menos su funcionamiento.

La sociedad debería ser consciente que este tipo de activos son muy distintos al dinero de curso legal, dado que -tal como indica la CNMV- no es obligatorio aceptar dichas monedas como medio de pago, su circulación es muy limitada y su valor oscila fuertemente, experimentando grandes cambios que reflejan patrones propios de las burbujas especulativas (CNMV y el Banco de España, febrero 2018). Un ejemplo de ello es el cambio en la cotización del bitcoin. Dicha moneda digital se cambió por primera vez a dólares en octubre de 2009, y desde entonces, su valor ha sido muy volátil, pasando por valores de $1250 en noviembre de 2013 a $500 en diciembre del mismo año. O bien, cotizando a $19.290 en diciembre de 2017 y seis meses más tarde, a $6464, suponiendo una depreciación o pérdida de más del 66%.

Asimismo, cabe señalar que el monto total de bitcoins en circulación viene establecido por un algoritmo que está limitao a un máximo de 21 millones para el año 2040. Ésta es una gran diferencia respecto a las divisas reguladas y respaldadas por los bancos centrales, dado que estos pueden aumentar o reducir la oferta monetaria sin restricción. No obstante, si bien este factor ayuda a controlar la inflación por un lado, también incentiva una elevada especulación por otro.

Por consiguiente, este tipo de activos presentan un alto riesgo de pérdida y no se acogen a la normativa de los mercados financieros regulados y su carácter transfronterizo desplaza el marco normativo a un país distinto.


[1] Según un estudio de Gallup realizado en USA en el 2017, el nivel de confianza de los americanos con la banca era tan solo del 32%.
[2] Satoshi Nakamoto es el seudónimo del creador de dicho protocolo para una divisa digital que usa una criptomoneda subyacente llamada bitcoin.

Referencias Bibliográficas:
Atkinson, Adele and Flore-Anne Messy. 2012. “Measuring Financial Literacy: Results of the OECD / International Network on Financial Education (INFE) Pilot Study.” OECD Working Papers on Finance, Insurance and Private Pensions (15):1–73.
Birch, David G. W. and Salome Parulava. 2018. “Ambient Accountability: Shared Ledger Technology and Radical Transparency for Next Generation Digital Financial Services.” Handbook of Blockchain, Digital Finance, and Inclusion, Volume 1 375–87. Retrieved June 28, 2018.
CNMV y el Banco de España. 2018. “Consideraciones de La CNMV Sobre Criptomonedas y ICOs Dirigidas a Los Profesionales Del Sector Financiero”.
Dotti Sani, Giulia M. and Beatrice Magistro. 2016. “Increasingly Unequal? The Economic Crisis, Social Inequalities and Trust in the European Parliament in 20 European Countries.” European Journal of Political Research 55(2):246–64.
Haiss, Peter and Andreas Moser. 2017. Blockchain-Applications in Banking & Payment Transactions: Results of a Survey.
Klapper, Leora, Annamaria Lusardi, and Georgios a Panos. 2012. “Financial Literacy and the Financial Crisis.” Policy Research Working Paper (5980).
Lewis, Rebecca, John Mcpartland, and Rajeev Ranjan. 2017. “Blockchain and Financial Market Innovation.” Economic Perspectives 41(7):1–17.
Lins, Karl V., Henri Servaes, and Ane Tamayo. 2017. “Social Capital, Trust, and Firm Performance: The Value of Corporate Social Responsibility during the Financial Crisis.” Journal of Finance 72(4):1785–1824.
Walch, A. 2015. “The Bitcoin Blockchain As Financial Market Infrastructure: A Consideration Of Operational Risk”, New York University Journal Of Legislation & Public Policy, vol. 18, no. 4, pp. 837.
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Autor / Autora
Profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya UOC . Experta en mercados financieros, capacitación financiera, banca electrónica, ética y finanzas, y e-learning.
Comentarios
Que son las criptomonedas11 julio, 2018 a las 12:32 am

Hola Elisabet, me ha parecido un artículo muy interesante. Es cierto que la gran mayoría de personas desconocen los detalles técnicos de las criptomonedas, y es un concepto complicado de entender para la mayoría de la población. Sin embargo yo creo que la banca tradicional incorporará la tecnología Blockchain y tendremos un híbrido entre los dos mundos.

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Elisabet16 julio, 2018 a las 12:10 pm

Muchas gracias por tu comentario. En realidad lo que yo intuyo es que la tecnología va a desplazar las entidades financieras como intermediarios. A pesar que usen nueva tecnología en su operativa, su papel fundamental actualmente es de garante y de confianza. No obstante, la tecnología blockchain puede ofrecer estas característica a través del sharing economy sin que ello suponga un coste adicional. Y esto puede desplazar los canales de contacto entre oferentes y demandantes de dinero en el sistema económico.

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