El sube y baja de las tasas aéreas: del flygskam a Thomas Cook

15 octubre, 2019
ala de avión

Este verano ha estado presidido, al menos para mí (ver video), por el debate introducido desde el norte sobre lo contaminante del transporte aéreo frente al ferroviario. Bajo el término flygskam (construcción sueca que significa la vergüenza de volar en avión) hemos conocido que el transporte aéreo contamina 20 veces más que el tren. Concretamente el avión contamina, de promedio, unos 285 gramos de CO2 por persona y kilómetro volado, mientras que un tren emite 14 gramos de CO2 por persona y por kilómetro de media. El movimiento es paralelo a su opuesto: tagskyrt representa el orgullo de viajar en tren.

El tema es delicado pues ha logrado tener incidencia en la opinión pública de algunos países. Concretamente, en Suecia, el flygskam está detrás de la bajada en el número de vuelos: en 2018, un 23 % de los suecos renunció a volar para reducir su impacto climático, según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (World Wildlife Fund, WWF). 

Especialmente entendible parece la reivindicación contra los trayectos aéreos de poco más de una hora entre grandes capitales que están bien cubiertos por tren de alta velocidad. Difícilmente se va a ganar tiempo cogiendo un avión entre esas ciudades si tenemos en cuenta el desplazamiento al aeropuerto de origen, la espera antes de embarcar, y la salida del aeropuerto de destino. Sin embargo, a menudo los precios de las compañías low cost no tienen competencia en la alta velocidad ferroviaria; sobre todo si el viaje se planifica con cierto tiempo. Otra cosa es un viaje de última hora en la que los precios se equiparan e incluso podemos encontrar billetes de tren rápido más baratos que de avión.  

Aumentar las tasas como solución

Algunas voces de las que se han elevado contra el transporte aéreo aboga por subir las tasas a este tipo de transporte. Ya se está haciendo en algunos países y quizás tendría cabida en España donde las mismas son relativamente bajas comparadas con algunos países más verdes. El tema es especialmente delicado pues el 82% de los turistas internacionales que nos visitan lo hacen vía aérea. Este porcentaje es mucho menor, lógicamente, en países centroeuropeos. El típico problema de la periferia turística europea de un país peninsular. 

Estas voces son contrarias a las que ahora piden, entre otras medidas, una reducción de las mismas tasas tras el colosal problema creado por el cierre de Thomas Cook. El mes pasado la compañía anunciaba el cese de sus operaciones dejando sin servicio a más de 600.000 turistas que estaban disfrutando de sus vacaciones. Especialmente grave parece la situación en Canarias y Baleares donde se pierden más de 800 mil y 353 mil plazas aéreas respectivamente, entre septiembre de 2019 y agosto de 2020.

Se convierte así la tasa a la aviación en una suerte de comodín del público. Ciertamente, tiene su cabida para momentos de excepcionalidad como los que se viven en las islas con el cierre de Thomas Cook. Por lo general no hay transporte ferroviario sustitutivo que llegue a destinos insulares; y los cruceros contaminan otro tanto. Se podría advertir que este descenso o cese temporal de la tasa responde a situaciones coyunturales para salvar al sector;  sin embargo, la reducción de la tasa aeroportuaria ya ha sido profusamente utilizada para atraer más turismo. Algunos, oportunistas o no, dirían que se da la razón a Fredric Jameson cuando decía “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. 

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Autor / Autora
Profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Responsable de asignaturas de Turismo y TIC en el Grado en Turismo, y en el Máster en Turismo Sostenible y TIC.
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