¿Quién paga la fiesta?

20 diciembre, 2018

Uno de los signos más inequívocos de que nos acercamos al final del año es el encendido de las luces navideñas. Coincidiendo con los días más cortos del año, estas ayudarán a animar los ejes comerciales y acompañarán a los transeúntes, estimulando (supuestamente) las ventas.

Un año más, este alumbrado ha sido motivo de debate en Barcelona, donde la costumbre de criticarlo se ha convertido en una tradición ciudadana, del mismo modo que lo son las colas para comprar un décimo del Gordo en algún despacho de lotería del centro de la ciudad. Los críticos objetan la falta general de iluminación navideña, su distribución irregular o la falta de innovación, culpando de manera especial al ayuntamiento, del cual se dice que no tiene especial interés en promocionar una actividad con un supuesto impacto positivo tanto en la actividad comercial como en la actividad turística, aspecto especialmente relevante en un mes de temporada baja.

Sin embargo, y a tenor de lo que publica La Vanguardia, las causas son más profundas. El modelo actual, basado en que las asociaciones de comerciantes de los distintos ejes comerciales son las que costean una parte importante de la instalación (el resto suele costearse mediante alguna subvención municipal), genera importantes problemas, hasta el punto de que no han sido pocas las asociaciones que han decidido dejar de iluminar las zonas comerciales. El motivo: un modelo basado en la voluntariedad, en el que muchos establecimientos no contribuyen, y en el que las asociaciones suelen estar compuestas por a lo sumo dos centenares de establecimientos.

Para los economistas este es de un caso de manual de dos importantes fallos de mercado: los bienes públicos y las externalidades. Las luces de navidad constituyen un bien público para los establecimientos de una zona comercial: se puede disfrutar de sus beneficios (mayor atractividad comercial), siendo difícil la exclusión Existen pues importantes incentivos para que haya establecimientos que decidan no pagar, al tiempo que se benefician del alumbrado. Si bien históricamente la interacción repetida actuaba como mecanismo mitigador de este comportamiento de free rider, en un entorno en el que todo el mundo se conocía y no eran pocos los comerciantes que al mismo tiempo eran vecinos del barrio, esta situación ya no se da en la actualidad. No es casualidad, pues, que los establecimientos menos dispuestos a contribuir sean grandes cadenas o nuevos establecimientos.

En algunos casos, como el que ilustra este texto, se ha intentado forzar la exclusión, limitándose el alumbrado a aquellos establecimientos que sí han contribuido al alumbrado. Sin embargo, la sensación general es que este modelo, que por cierto lleva años practicándose en un importante eje comercial de Barcelona, es claramente mejorable, ya que la iluminación muchas veces es escasa, especialmente en tramos donde dominan quienes no contribuyen.

Un segundo fallo son las externalidades positivas que presenta el alumbrado navideño. Si éste genera externalidades positivas (por ejemplo, un mayor atractivo turístico) sería lógico de que la ciudadanía en su conjunto, y no sólo los comerciantes del eje comercial costearan el alumbrado. Este hecho explica por qué los ayuntamientos suelen costear una parte de la instalación o los costes de electricidad, muchas veces empleando fondos generados por los impuestos vinculados a las estancias turísticas.  Sin embargo, una nueva discusión emerge sobre hasta qué nivel debe la administración financiar la iluminación. ¿Debe ser un porcentaje idéntico para todos o pueden existir distintos baremos?  Como vemos, la solución no es fácil ya que hay argumentos para defender una u otra opción, en los que se entremezclan criterios de eficiencia económica con criterios de justicia social o territorial.

Sea como sea, todos estos análisis se basan en una premisa: una mayor presencia de luces navideñas incita a una mayor probabilidad de realizar una compra en la tienda. Esto ha sido así hasta la fecha: las luces navideñas, así como los villancicos o incluso los olores asociados a estas fechas (el olor a canela o a planta conífera) tienen un efecto positivo en la atractividad comercial, como se ha demostrado científicamente. No obstante, ¿esto continuará siendo así en un futuro de comercio en el que la venta por Internet cada vez será más importante?

 

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Autor / Autora
Profesor colaborador de la asignatura de Mercados y Conducta en los estudios Estudios de Economía y Empresa de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC). Desde el 2014 es el Secretario Técnico del Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona.
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